Ni derecha ni izquierda: el país que se perdió en la polarización

Decir en voz alta “soy de derecha” o “soy de izquierda” puede desatar una tormenta, sobre todo en redes sociales. En Ecuador, esas expresiones se han convertido casi en insultos.
Si dices que crees en la inversión privada, te llaman neoliberal.
Si defiendes el rol del Estado, te acusan de socialista trasnochado.

La derecha cree que lo que propone la izquierda nos lleva al estancamiento económico y al clientelismo estatal.
La izquierda sostiene que la derecha solo busca privatizarlo todo y entregar el país al mercado.

En teoría, la derecha confía en el individuo: piensa que el Estado debe ser pequeño, los impuestos bajos y el mercado libre para generar riqueza.
La izquierda, en cambio, apuesta por la intervención estatal: garantizar igualdad de oportunidades, corregir los excesos del mercado y proteger a los más vulnerables.

Pero, y aquí está lo interesante, ambas dicen perseguir lo mismo: desarrollo, bienestar y justicia.
Solo difieren en el camino para llegar allí.

La derecha busca atraer inversión, abrir mercados, impulsar el emprendimiento para crear empleo.
La izquierda quiere fortalecer lo público: empresas estatales, educación, salud.
Uno confía en el capital; el otro, en la redistribución.

Y sin embargo, ningún modelo funciona sin equilibrio.
El empresario necesita educación y estabilidad.
El Estado necesita inversión y productividad.
El desarrollo real solo es posible cuando entendemos que ambos se necesitan.

Pero preferimos cancelar al que piensa distinto.
En el debate ambiental, la izquierda pide límites al extractivismo; la derecha, hacerlo sostenible sin frenar el crecimiento.
En salud y educación, la izquierda impulsa lo público; la derecha, las alianzas con lo privado.
Y al final, todos queremos lo mismo: que te atiendan bien en un hospital y que tu hijo tenga una buena escuela.

El problema surge cuando convertimos las ideas en tribus.
Si eres de derecha y tu hijo estudia en una universidad pública: hipócrita.
Si eres de izquierda y viajas a Miami: incoherente.
Si eres progresista y te gusta un carro de lujo: disfrazado.

Mientras tanto, los problemas reales, la inseguridad, la educación, el empleo y la corrupción, siguen esperando.

Vivimos en un país polarizado, con una clase política que se alimenta de esa división.
Con tránsfugas profesionales, capaces de cambiar de camiseta más rápido que de ideas.
Con vendedores de humo, que prometen refundar el país cada cuatro años mientras solo buscan sobrevivir al siguiente período.
Con líderes llenos de ambición, que aprovechan las grietas del sistema para beneficio propio o para eliminar a quien se les cruce.

Un país polarizado no avanza. Se desgasta.
Y quizás el gran desafío de esta generación sea romper el guion que nos impusieron: buenos contra malos, izquierda contra derecha.

En el mundo hay más personas diestras que zurdas, pero eso no significa que una mano sea mejor que la otra.
Ambas se necesitan para subir a un árbol, alcanzar una manzana o, simplemente, sostenerse para mirar el horizonte.

Facebook
X
WhatsApp