Por José Antonio Sánchez
«Estamos en México de vacaciones. Me he quedado perpleja con sus museos. Con sus espacios públicos. Con la cultura general de su gente…». Así empieza un hilo en X de la abogada y docente ecuatoriana Lolo Miño. Y no es solo una comparación casual entre Ecuador y México. Es, en realidad, una radiografía brutal de lo que estamos dejando perder: el amor propio como país.
Porque una nación no se sostiene solo con cemento ni con discursos patrioteros. Se construye con identidad, unidad y orgullo, y para que esos tres pilares existan, hace falta algo que en Ecuador hemos tratado como un lujo: la inversión en cultura y educación.
Ecuador tiene cuatro regiones que a veces parecen cuatro países distintos. Una región que no reconoce a la otra. Que se burla. Que desconfía. Que ha aprendido a sentirse “más” o “menos” por su acento, por su historia o por su color de piel.
En ese contexto, ¿cómo forjar una identidad común? ¿Cómo lograr que un niño amazónico, un joven afroesmeraldeño o una mujer indígena de la Sierra sientan que su historia forma parte del relato nacional?
No se puede si la cultura está privatizada, si la educación pública es precaria, si los símbolos nacionales se reducen a canciones en fechas cívicas, si los museos cierran por falta de fondos, si el arte es incipiente o ignorado.
Cuando el Estado invierte en cultura y educación, no solo enseña historia o promueve conciertos. Está construyendo puentes invisibles entre generaciones y territorios. Está sembrando una narrativa colectiva donde todos quepamos. Está dando a la gente herramientas para entenderse, expresarse, y también —y sobre todo— para sentirse orgullosa de lo que es.
Eso es lo que Lolo Miño vio en México: espacios públicos vivos, memoria rescatada, ciudadanía con acceso a la cultura como un derecho. Lo que aquí, lamentablemente, se considera un privilegio. Un gasto. Algo “que no da votos”.
¿Cómo vamos a esperar que la gente hable bien de Ecuador si no tiene razones cotidianas para admirarlo? Si las únicas narrativas que circulan son las de la violencia, la corrupción, la pobreza o esa política concentrada en destrozarse.
La unidad nacional no se decreta. Se construye con mínimos de coincidencia: valores compartidos, historia común, símbolos respetados, relatos que nos representen a todos.
Pero eso solo se logra si educamos para el entendimiento, no solo para repetir datos. Si protegemos y financiamos la cultura, no solo cuando hay elecciones.
Lo urgente: reconocernos en una identidad colectiva
“Si Ecuador no se compromete con la construcción y el fortalecimiento de su identidad, difícilmente podremos hablar de orgullo nacional o de un proyecto de futuro compartido. Una sociedad que no reconoce lo que la define y une, está condenada a repetir fragmentaciones, a vivir desconectada de su historia y a mirar el mañana sin dirección.”
Si queremos un Ecuador con identidad fuerte, con ciudadanos orgullosos y solidarios, necesitamos dejar de ver la cultura y la educación como “adornos”. Son la base de la unidad. Son la manera de mirar al otro sin prejuicio. Y son la única vía para construir un país donde, al viajar al extranjero, no sintamos vergüenza… sino inspiración para ser mejores.