La generación del meme se comió a la generación del miedo: Ecuador votó NO, y hay que entender por qué.

A veces la política se empeña en leer los resultados como si fueran un error del sistema. Como si la gente se hubiera confundido marcando la papeleta. Como si una nación entera hubiera apretado mal un botón. Pero lo que pasó en Ecuador el domingo no fue un accidente electoral. Fue un fenómeno político, cultural y psicológico. Una respuesta emocional y racional al mismo tiempo. Una conversación entre pares que el poder no supo escuchar.

Este referéndum y consulta no se libró en los pasillos del poder ni en los sets de televisión. Se libró en los memes, los reels, los chats familiares, los grupos de barrio. Fue la primera elección convertida en contenido nativo digital: explicaciones de 30 segundos, dibujos, comparaciones de vida diaria. Habló el tendero, la vecina, el estudiante, el tiktoker que no tiene título en ciencias políticas, pero sí algo más importante: credibilidad en su entorno.

Fue persuasión por pares, no por poder. Voces múltiples, no vocerías oficiales. Y funcionó.

El Gobierno apostó por la estética del miedo: “o votas sí o vuelve el caos”. La gente respondió con ironía: “el caos ya está aquí, y no lo traje yo”.

El error central fue simple y profundo: nadie explicó para qué servían las reformas. No el cómo, no el qué, no la letra jurídica: el para qué. ¿Para qué cambiar la ley? ¿Para qué reformar el rol del Estado? ¿Para qué poner más poder en manos del Ejecutivo?

Cuando no explicas para qué, el mensaje se convierte en ruido. Y frente al ruido, la gente elige una sola cosa: no confiar.

El voto fue un mensaje, no un capricho. Muchos políticos siguen leyendo los resultados como desinformación, como inmadurez, como ingratitud. Pero el voto NO fue infantil. Fue un voto adulto, molesto, consciente. Esto no fue contra las preguntas: fue contra quien las planteó y cómo las planteó. Este resultado no dice “rechazo tu propuesta”. Dice algo mucho más fuerte:

“No te doy un cheque en blanco. No te creo. No te sigo solo porque pides que te siga.”

La campaña electoral se disparó al pie. El Gobierno hizo todo lo que, en teoría, debería sumar puntos, pero terminó restando:

  • Presentación mediática de la “Cárcel del Encuentro” sin estar lista
  • Presos rapados en uniforme naranja (estética Bukele, nada original)
  • Uso de material bélico en operativos sin evidencia de resultados.
  • Caídos en protestas, detenidos, represión en vivo, sin despeinarse.
  • Anuncio de base militar en Galápagos, sin tener autorización
  • Que el IESS ya no sea prestador de salud a un ministerio que tiene graves problemas
  • 13er, 14to sueldo como “generosidad” del Estado
  • Bonos distribuidos durante campaña, ahondando el déficit
  • Propaganda 24/7 en medios alineados, comprados y financiados.
  • Tono soberbio. Descalificaciones. Hostilidad al que duda.

¿Resultado? El mensaje no fue “miren todo lo bueno que hacemos” sino “miren todo lo que podemos hacer… si nos votan NO”.

La comunicación se convirtió en intimidación, y la intimidación nunca fue buena estrategia para convencer a pueblos libres.

Lo que vimos es más grande que un referéndum. Es el inicio de una ruptura cultural: la ciudadanía dejó de delegar y empezó a disputar. No confía en nadie por default, ni por simpatía, ni por apellido, ni por edad. No importa si el presidente tiene 36 o 76. El voto de protesta es contra la lógica del poder, no solo contra quien lo ejerce.

La generación del meme se comió a la generación del miedo. Y esa es una noticia que no se archivará mañana.

Porque el NO no es solo un rechazo. Es una advertencia. Es una forma de decir:

“Gobierna, pero convénceme. Propón, pero respétame. No hables de mí sin mí. No me llames ignorante porque no te aplaudo.”

Y también: “No estoy aquí para seguir órdenes. Estoy aquí para decidir.”

El Gobierno pedía un cheque en blanco y recibió un pagaré político.

Si el poder lee esto como un tropiezo estadístico, lo volverá a perder. Si lo lee como un mensaje democrático, puede corregir el rumbo.

Pero que quede claro: la gente ya tomó la campaña. La conversación ya no vuelve al palacio. Ecuador acaba de demostrar que puede ser ingobernable para el autoritarismo, pero gobernable para el respeto.

Ese es el dato más importante de la noche.

No ganó la oposición. Ganó la ciudadanía.

Y a eso, en democracia, hay que aprender a decirle gracias.

Facebook
X
WhatsApp