«Francisco, el Papa que creyó que el amor tendría la última palabra»

En un pequeño gesto casi poético, el papa Francisco partió un día antes de cumplir un año más de vida. Se fue vendiendo lo que había predicado: esperanza, misericordia y, sobre todo, amor.

Jorge Mario Bergoglio, aquel jesuita argentino que rompió moldes desde el primer momento, pidiendo que oráramos por él en su primer saludo como Papa, dejó claro desde el inicio que su pontificado no sería uno más.

Un profeta en tiempos de crisis
Francisco siempre creyó, contra toda tempestad, que el amor tendría la última palabra. Lo repitió una y otra vez, en homilías, documentos, discursos y pequeños gestos que, muchas veces, dijeron más que mil encíclicas. Abrazó a los olvidados, visitó las periferias, habló de una «Iglesia en salida» y nos recordó que, antes de juzgar, había que acariciar.

¿Logró reformar la Iglesia?
Sí y no. Como todo profeta, sembró semillas cuyo fruto quizá no le tocó ver del todo. Reformó estructuras internas, como el banco Vaticano, y limpió algunos rincones oscuros donde la corrupción se había enquistado. Dio más protagonismo a los laicos y a las mujeres, aunque reconocía que quedaba mucho por hacer. Sobre todo, impulsó un cambio de mentalidad: menos poder, más servicio. Menos condena, más abrazo.

Un Papa que nunca dejó de ser hincha
A Francisco también lo distinguió su costado más humano. Nunca ocultó su amor por el fútbol, y en especial, por su querido San Lorenzo de Almagro. En más de una ocasión, en medio de actos solemnes, dejaba escapar una sonrisa futbolera cuando alguien le recordaba a su club. Era un Papa que, aunque rodeado de la pompa vaticana, mantenía los pies en la tierra.

Vestimenta sencilla, ataúd humilde
Fiel a su estilo, Francisco pidió ser enterrado con la misma sotana blanca gastada que usó durante su pontificado, sin joyas, sin anillos ostentosos, sin zapatos rojos. Su ataúd también será sencillo, de madera de ciprés, similar al que usó Juan Pablo II, como un testimonio final de su opción por la humildad.

¿Dónde reposará Francisco?
Su última morada será en las Grutas Vaticanas, bajo la Basílica de San Pedro, muy cerca de donde descansan otros pontífices. Sin grandes mausoleos, sin monumentos de mármol. Solo una lápida discreta y una cruz sencilla, como él mismo dejó escrito en sus instrucciones finales.

Un pastor más que un político
Francisco no fue prisionero de una etiqueta política. Algunos lo tildaron de «liberal» por su apertura a temas como la migración, el medio ambiente y la necesidad de incluir a las personas LGBTQ+ en la Iglesia. Otros lo consideraban demasiado «tradicional» en cuestiones como el sacerdocio femenino o el celibato. En realidad, su ideología era profundamente evangélica: poner a la persona en el centro, por encima de ideologías. Una frase suya lo resume: «La realidad es superior a la idea».

¿Qué se viene ahora?
La muerte de Francisco abre un interrogante clave: ¿hacia dónde caminará la Iglesia?
¿Vendrá un Papa conservador, que intente frenar las reformas iniciadas? ¿O un Papa en sintonía con el espíritu de apertura que Francisco sembró? La elección, en pocas semanas, será crucial. De momento, los vaticanistas hablan de una puja silenciosa entre sectores más tradicionales y otros que quieren seguir el «camino sinodal» impulsado por Francisco.

Pero si algo dejó claro el primer Papa latinoamericano de la historia es que, más allá de etiquetas, lo esencial sigue siendo el mismo desafío: construir una Iglesia menos autorreferencial y más servidora, más dispuesta a curar heridas que a señalar culpables.
Y sobre todo, recordar, como él nos enseñó hasta su último suspiro, que el amor siempre tendrá la última palabra.

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