Ecuador gana el Mundial de Desayunos

Por José Antonio Sánchez

La inseguridad, la corrupción y la polarización política nos han acostumbrado a vivir enfrentados. Somos un país donde cuesta ponerse de acuerdo en casi todo: izquierda contra derecha, progresistas contra neoliberales, serranos contra costeños, barcelonistas contra emelecistas. Una nación donde hasta los matices se convierten en trincheras y nos vuelve incapaces de encontrar puntos en común.

Y sin embargo, ocurrió algo mágico. El influencer español Ibai Llanos organizó el “Mundial de Desayunos” y nos puso a competir. El plato elegido: el bolón de verde. En la cancha de lo digital, más de siete millones de ecuatorianos se movilizaron para votar, comentar, compartir y defender al humilde bolón como si se tratara de la mismísima final de un mundial de fútbol.

Perdimos contra el rival, es cierto. Pero aquí viene lo extraordinario: por unos días, el país se olvidó de sus grietas. El bolón logró lo que ni la política ni el deporte ni la religión han conseguido: unir a todos. Votaron progresistas y conservadores, guayaquileños y quiteños, costeños y serranos, amazónicos y galapagueños. En la misma fila simbólica estuvieron policías y delincuentes, barcelonistas y liguistas, jóvenes y mayores.

Incluso figuras que rara vez coinciden en algo coincidieron aquí: el presidente Daniel Noboa, el ex presidente Rafael Correa, los alcaldes de Guayaquil y Quito, prefectos de todas las provincias, deportistas, periodistas y otros líderes locales se sumaron al fervor digital para respaldar al bolón. La política, por un momento, dejó de ser campo de batalla para convertirse en terreno común.

Ese gesto colectivo nos dejó un mensaje contundente: sí somos capaces de unirnos. El problema nunca fue la falta de voluntad, sino la ausencia de un pretexto común. El bolón lo hizo posible porque encarna algo más que un plato: es la memoria de desayunos en familia, de la calle, de la tradición costeña adoptada por todos.

Ecuador no ganó el trofeo de Ibai, pero ganó algo mucho más valioso: la certeza de que cuando encontramos símbolos compartidos, somos capaces de hablar con una sola voz. Tal vez, y solo tal vez, ahí está la clave para construir el país que tanto nos cuesta imaginar juntos.

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