La política ecuatoriana atraviesa un nuevo episodio de polarización extrema en esta segunda vuelta electoral. Lo que debería ser un proceso democrático basado en el debate de ideas y propuestas se ha convertido en una guerra de trincheras verbales, donde la falacia del «envenenamiento del pozo» es el arma predilecta de candidatos y seguidores. En lugar de discutir el futuro del país, la estrategia dominante ha sido desacreditar al adversario hasta la asfixia, muchas veces sin pruebas, con rumores, tergiversaciones y ataques personales.
La falacia del envenenamiento del pozo consiste en descalificar a la persona antes de que esta pueda presentar sus argumentos, logrando así que cualquier cosa que diga sea percibida como falsa o ilegítima. En Ecuador, esta estrategia se ha visto amplificada por las redes sociales, convertidas en campos de batalla donde las imputaciones de delitos, la resurrección de declaraciones de años anteriores, la propagación de fake news y el insulto sistemático son el pan de cada día. No se trata de debatir, sino de destruir la credibilidad del otro a cualquier costo.
Los seguidores de ambos candidatos han caído en esta dinámica tóxica, replicando y amplificando el discurso de odio. Memes sacados de contexto, videos editados, publicaciones anónimas con supuestas «revelaciones» sobre el pasado de los candidatos y un sin fín de artimañas comunicacionales han convertido la discusión política en una lucha sin tregua. Se busca instalar la idea de que el contrincante no solo es incompetente, sino moralmente corrupto e indigno de gobernar.
Pero lo más grave de todo esto es que el pozo que se está envenenando no es el del oponente, sino el del país entero. Ecuador es el escenario de esta batalla sin cuartel, y la polarización extrema solo deja una sociedad fragmentada, con ciudadanos que, en vez de informarse y contrastar datos, se sumergen en un ecosistema de odio y desinformación.
En algún momento, después de la elección, los mismos candidatos que hoy siembran el veneno tendrán que gobernar y beber de esa agua. El problema es que, para entonces, el daño ya estará hecho. El envenenamiento del pozo no solo perjudica a un candidato, sino a toda una nación que necesita unidad, estabilidad y confianza para salir adelante.
Es momento de cambiar la lógica de la confrontación por la del debate constructivo. Ecuador no puede permitirse que su democracia sea reducida a un juego de desprestigios y ataques personales. La política debe recuperar su esencia: ser un espacio de confrontación de ideas, no un circo de insultos y mentiras.